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Quinientas almas al hombro.
Sábado 14 de Abril, 2012


Quinientas almas al hombro.

Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo, pero esa conjunción  no la acompañó, y cada vez que miraba al hombre en nuestra cama, veía un hombre herido, yo, veía su futuro.

Cuando el cadáver de la mujer verde, como la selva de donde había salido, empezaba a sobrar, le quité el uniforme y la saqué de la casa: ese ya no era mi asunto. Hice que ella se lo pusiera y al colgarle el  arma al hombro, supe que era algo más que eso: era condenarla a llevar por siempre muchas almas arrebatadas; hacer que sus manos fueran limpiadas con sangre. En  el otro hombro se montó al hombre y agarró camino hacia la universidad, hacia una cena digna, hacia un futuro.

Caminé mucho tiempo por lugares conocidos no caminados jamás. Llegué al sitio pactado y otros hombres uniformados como yo, me recibieron con una cortesía jamás dada por ellos. Les conté como me había escapado y traído conmigo a un civil; hablé con tanta naturalidad… y es que los que vivimos de cerca el conflicto, llevamos un insurgente dentro.

Llegaron las cámaras para documentar una fuga más y la libertad de una persona. No quise hablar con ellos, pero era la única forma de que él me viera y que supiera que lo había logrado. Pasados unos días, vestía de verdad, comía de verdad; y por fin me hablaron de mi futuro: ¿Qué quería hacer de él? Claro, lo que él se había propuesto. De tantas opciones, escogí la más lejana y sin nunca olvidarme  de él, de ellos. Logré realizarme; ¡lo que muchos desearían hacer con una sola  de las tantas opciones que yo tuve! No se imaginan lo que pasaría si no sólo se las dieran a los que desean reintegrarse a la sociedad, sino a los que ya estamos integrados.

No sé por qué me estoy contando ésta verdad, debería estar escribiendo mi columna; cómo decirle a él que tenía razón, que esa simultaneidad de felicidad y lucidez casi imposible ya era mía, y aunque no era  para mí, él la hizo mía.

Haberme limpiado las manos con sangre y cargarme a la espalda, quizás unas quinientas almas, no fue fácil. Pasar de ser una espectadora neutral callada de la guerra, a hacer parte de ella, tampoco; pero después de tanto tiempo comprendí lo que él siempre decía después de ver un informativo: para ser alguien, necesitas primero ser un victimario aquí, para luego ser promotor de paz donde sea.

A veces pienso en ella, la mujer verde selva, ¿qué le hubiese gustado ser al salir de la selva con ese hombre?, tal vez éste era su plan, pero no alcanzó.

Tiré estas cartas en el fuego, sus letras vivían y  podrían haber contado la verdad a alguien más. En el humo, vi dispersarse  a mi víctima quinientos uno, por fin mis manos ya no estaban limpias, tenían sangre de la verdad en ellas. Y era por lo único que me iba a sentir culpable, de hoy en adelante.

Por Lina Mosquera
Estudiante de Español y Literatura
Universidad Tecnológica de Pereira

Por Lina Mosquera
Estudiante de Español y Literatura
Universidad Tecnológica de Pereira

 

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